Tras el lanzamiento del Chat GPT-4o, el libro del profesor de Berkeley Barry Schwarz sobre la Paradoja de la Libertad de Elección sigue vigente en el ámbito jurídico. A dos décadas de la publicación de esa investigación, el CEO de Google, Sundar Pichar, quién lleva el mismo tiempo al frente de esa compañía, revela que la implementación creciente de inteligencia artificial en sus plataformas genera progresivamente más opciones para decidir, que son importadas desde sus distintas plataformas y fuentes de contenido.
En otras palabras, Google con Chat GPT resuelve cualquier enigma proponiendo innumerables opciones de enlaces, catalogadas por prioridades diseñadas y adquiridas sin recurrencia, aplicando la inteligencia artificial. Emplea “transformers” o redes neurológicas con atención múltiple e iterativa que entienden simultáneamente de traducciones, modelos de lenguajes y tokenización de palabras, interpretaciones de imágenes vivas, mecanismos de comunicación interconectados y sistemas organizados de posibilidades de respuestas. Asociados, los distintos transformers elaboran un esquema de determinación de la voluntad para tomar decisiones, ofreciendo numerosas opciones pero obviamente sin cargar con la responsabilidad final de adoptar alguna. Frente a nuestra incertidumbre de elegir, el mundo digital ya ha disponibilizado artificialmente cualquier forma de vida que elijamos.
¿Opciones o libertad? Schwarz sostiene en su paradoja que a mayor posibilidad de elección, los individuos nos exponemos a una parálisis de nuestra libertad de decidir. Contrariamente, ante una menor cantidad de opciones, los individuos sentimos una mayor satisfacción al ejercerla. La explosion de las opciones de consumo, aumentó nuestra capacidad de elección sobre casi todas las definiciones de la vida que nos orientan como la identidad sexual, las preferencias políticas, de medioambiente, de formas de comunicación, de educación, de trabajo, por nombrar apenas algunas. Pero lamentablemente, ese incremento de las opciones en la elección, tal como lo propone la inteligencia artificial, no se refleja en una mayor libertad de decisión. Genera una paradójica parálisis ante tantas opciones disruptora de la vieja máxima de que a mayores opciones mayor libertad. Tampoco elegimos entre opciones propias sino la libertad de elegir se ejecita mediante el ofrecimiento de una cantidad de opciones artificialmente concebidas y de apariencia confiable.
¿Qué haría el abogado en el lugar del cliente? En nuestra práctica, los abogados ya no aconsejamos a nuestros clientes lo que les conviene hacer, sino que les representamos sus opciones legales con los riesgos de cada una, para que ellos elijan finalmente. Y agregamos servicios inteligentes de legaltech a esas opciones para calcularle al cliente probabilísticamente las chances de suceso. Parece más justo de este modo, pero los clientes nos preguntan siempre qué haríamos en su lugar y les respondemos que no estamos o no podemos ubicarnos en el lugar de nuestros clientes. Argumentamos que éticamente, no nos corresponde ocupar su posición.
Este tipo de relación entre abogado-cliente se consolidó a lo largo de las últimas dos décadas, tras la explosion de las opciones de consumo. Antes no existía y los abogados recomendabamos puntualmente lo que nuestros clientes debían elegir. Sin lugar a dudas, los clientes sentían entonces una mayor satisfacción y protección que ahora.
¿Actualización del derecho? De la misma manera que en otras facultades,en las de derecho, sean de grado o de posgrado, enseñen el common o el civil law, nos ofrecen una selección muy diversificada de cursos, explicados en una necesidad profesional de especializarnos. Esos cursos son presentados como joyas exóticas de la especialización jurídica. Y sus profesores son sencillamente catalogados según el consumo de esos cursos, en función de su éxito con la materia novedosa que profesan y la cantidad de alumnos que se inscriben.
Las especialidades regulatorias proponen al estudiante de derecho una actualidad para una práctica dedicada a áreas muy sofisticadas. Señalan que cuanto más original, más atrayente el nicho en el mercado profesional. Las ramas tradicionales del derecho son cuestionadas y diseñadas en función de este proceso ultra diversificado del derecho, reconociendo entrañadas ramificaciones regulatorias con las nuevas materias. Lamentablemente, estos cursos no aportan necesariamente un incremento de la libertad de elegir sobre las posibilidades de la ciencia jurídica sino tan solo opciones de consumo del derecho para estudiantes.
Prejuicios de legislador. Los legisladores actualizan y manipulan la libertad de elección de los individuos, tambien empleando cantidades de opciones. Imponen el derecho a la vivienda por encima del derecho a la propiedad, diversas igualdades socio-laborales sobre el individualismo y el cuentapropismo, prefieren una administración coactiva del comercio a la volatilidad y los riesgos de la competencia, la protección medioambiental para corregir el industrialismo, la sustentabilidad social y ecológica de las finanzas sobre la rentabilidad de las pensiones de retiro, entre otras sofisticaciones regulatorias. Justifican cada propuesta de reglamentación como “opciones socialmente obligatorias y no discriminatorias” determinando cómo y cuándo se debe elegir cada una.
Se instituyen así, costosas estructuras administrativas de contralor, apoyadas en reglamentaciones que rápidamente se tornan intrusivas de la libertad de elegir. En las sociedades más ricas, se establecen faltas éticas o morales en las relaciones jurídicas, como por ejemplo el ESG y/o el anti-ESG; o controles sobre la creatividad alguna industria disruptiva como el fintech o el canabis por ejemplo. Surgen excesos regulatorios explicados socialmenteen alguna estadistica u opciones artificialmente concebidas. Para garantizar la ecuanimidad regulatoria, los transformers de la inteligencia artificial no escapan a ese control. Los países menos desarrollados importan estas reglamentaciones como parte de una reacción de alineamiento global al consumo de opciones como un sinónimo jurídico de bienestar social.
El exceso regulatorio aprovecha la parálisis de los individuos generada por la explosion de las opciones de consumo. Impone una elección coactiva basada en reglas que aparentan ser específicas, pero que muchas veces son legisladas por instituciones o agencias mas allá de su competencia originaria aplicando inteligencia artificial de alguna manera.
Balance de opciones para la libertad. Explica Schwartz que las sociedades más ricas gastan fortunas inútilmente para crear opciones de elección de consumo y que sólo generan una insatisfacción al decidir. Los estudios sobre las opciones más básicas de consumo recomiendan un máximo de siete u ocho alternativas para no paralizar a los consumidores.
Las sociedades empobrecidas en cambio, deben ajustar sus prioridades, para garantizar el agua corriente, el alimento diario, la salud eficiente, la seguridad en el transporte de sus poblaciones, lo que incrementa su ambición por simplificar e importar esas opciones reproduciendo alternativas globalmente conocidas. Distraen a las sociedades de sus propias opciones.
A todas les interesa medir el impacto de la inteligencia artificial sobre las elecciones porque supuestamente transparenta las opciones políticas. El 6 de mayo, el gobierno federal de Canadá presentó al Parlamento el polémico Bill C-70 “Foreign influence Act”, para crear un registro para las entidades extranjeras proveedoras de información digital para influenciar al gobierno. En defensa de la democracia y ante la expansión de la inteligencia artificial, el proyecto introduce nuevas técnicas judiciales de investigación internacional.
Vicios de sobrerregulación en la autonomía de la voluntad. La idea consumista de crear demasiadas opciones diversifica y reproduce el poder regulatorio de tal manera de que se dispersan las posibilidades de controlar eficientemente sus excesos. Provoca además en las generaciones más expuestas al consumo digital, una indecisión permanente y la búsqueda interminable de más opciones que actúa como una solución sustitutiva a la libertad de decidir.
Esa exploración se construye con las reglamentaciones prejuiciosas del legislador. Justificadas en las innumerables opciones de la vida digitalizada, con una riqueza moral predeterminada, estas regulaciones no representan nuestro poder de elección dentro de nuestra sociedad. Son meras recreaciones legislativas artificiales y globalizadas de un deber ser sobre las preferencias individuales más corrientes. Se reglamentan perfiles artificiales de consumo como si fuesen comportamientos sociales reales para determinar conductas, llegando a definir quienes debemos ser y cómo debemos decidir. Nos hacen sentir bien y moralmente aprobados si conseguimos las opciones y las consumimos de acuerdo con estas normas por el solo hecho de adecuarnos globalmente. La autonomia de la voluntad depende hoy del levantamiento de opciones generadas con inteligencia artificial y dimensionadas regulatoriamente.
¿Inteligencia artificial con efecto represivo? La inteligencia artificial identifica opciones de elección actuando muchas veces más allá de nuestro nivel de conciencia, inventando perfiles de individuos que no son reales pero que funcionan como parámetros sociales para establecer nuevas regulaciones. Eso genera un poder represivo que es utilizado tanto para reglamentar diversas actividades como para cuestionar los efectos jurídicos de la inteligencia artificial.
Estas reglamentaciones basadas en información artificial desvían nuestro poder individual de elección y obstruyen el acceso a una mejor calidad de vida. Solo nos permiten compararnos en sociedad con los demás, porque las tenemos que consumir, abriendo un debate social que suena moral, cultural y productivo, pero que no nos rinde un beneficio individual y concreto. Con aspiraciones social y política, se fabrica una imagen artificial digitalmente globalizada del bienestar individual.
Sofisticados sistemas de vigilancia sobre los medios sociales detectan disensos y crean perfiles de conducta que permiten investigar y regular comportamientos muy específicos. La inteligencia artificial permite a los gobiernos conducir una sutil y precisa forma de regulación y de censura. Con cálculos y opciones artificiales, se reglamentan de ida y de vuelta los recovecos más insólitos de la vida en la sociedad digital sin respetar el capital individual y único de la libertad de elección.
La diversificación y proliferación de estas regulaciones denotan una forma peligrosa de sobreregulación y sus vicios provocan una pérdida efectiva de la libertad de elección para los individuos quienes se exponen a afrontar una cuestionable convivencia dentro una sociedad globalmente comunicada. Son reglas que persiguen debilitarnos como individuos capaces de elegir en libertad, de encontrar nuestras propias opciones sin permitir que nos atropellen con creaciones artificiales.